martes, enero 10, 2012

Libéralo (Carta 3)

Querido Pierrot, los pasados días de festividad los he pasado lejos de la familia, encerrado en mi pequeño estudio del puerto. Desde luego no ha sido por placer, más bien por la obligación de atender algunos contratiempos surgidos en varias de mis rutas comerciales. El trabajo era agotador. Tanto que convertía al amanecer en una simple señal y no me dejaba contemplar la magnificencia de su belleza. Cuando amanecía y los rayos comenzaban a atravesar las pequeñas ventanas, era hora de apagar las velas. Contemplaba cada día completamente abstraído como era capaz de apagar esa llama, como poco a poco se iba ahogando hasta desaparecer.
Pero mi buen amigo Pierrot, mientras yo apago las velas, me han llegado noticias por carta de que en Londres están alumbrando calles enteras con velas eléctricas. ¿Te imaginas? ¡Menuda locura!
He de contarte también que contraté a un joven aprendiz para que me ayudara con el papeleo y me hiciera los recados que requerían abandonar el estudio para ir al mercado, para así poder mantenerme en mi silla anotando números, escribiendo cartas e incluso garabateando la cara de Lotte en mis cuartillas en los momentos en los que, la fatiga vencía a mi capacidad de concentración. Al principio era bastante inquieto y descuidado, me recordaba a mi juventud, por lo que realmente me resultaba agradable su compañía. Los primeros días se ocupó de ordenar mis posesiones con sumo cuidado y en un viejo baúl, que he de reconocer que no recordaba que existiera, apareció una pulsera de aspecto antediluviano; había perdido su color casi por completo y tenía varias rasgaduras. Rápidamente recordé por qué habría guardado semejante pulsera: hacía años, en uno de mis viajes a América conocí a una hermosa dama que al despedirse de mi, la colocó con cariño en mi muñeca ofreciéndome un deseo por nudo. Dio un total de tres nudos y he de reconocer que me lo tomé como un juego de niños. Pasaron los días y fruto de un arrebato, con mucho desdén la arranqué de mi mano. Mis tres deseos nunca se cumplieron. Por eso la guardo: para recordar lo que pudo ser y nunca fue.
Volviendo Johann, mi ayudante, su inquietud duró poco; el pobre muchacho, fruto del cansancio, al tercer día ya no regresaba a su casa al terminar la jornada. Ambos dormíamos en unos viejos colchones de lana junto a los podencos, que no se si recordaras, pero adquirí de un cazador para que ahuyentaran a los posibles ladrones.
Sobre Lotte te diré que le mandé por medio de mi ayudante algún mensaje que me fue respondido de un modo siempre cordial y distante. Aun así, pensaba en Lotte con bastante frecuencia. Perdía mi mirada entre las grietas de la madera de la pared y pensaba si ambos, separados por la distancia, podríamos crear un lugar con nuestra mente en el que nos mirásemos el uno a otro, haciendo el amor con la mirada, como tu bien has dicho Pierrot. Si ambos buscaríamos la mirada del otro con nuestra imaginación al mismo tiempo. ¡Pensarás que me estoy volviendo loco!
Me di cuenta de que cometí un error capital: cuando nos despedimos la última vez, no pude evitar girarme y mirarla una vez más. Cuando huyes y no puedes evitar mirar atrás, estas condenado; una parte de ti siempre deseará volver, y aunque sepa que mi corazón permanece sometido a ella, ni por asomo pretendería liberarlo de estas ataduras. Mañana la veré y prometo ponerte al tanto de cuanto suceda estos días.

0 comentarios:

Publicar un comentario